TIEMPO DE EVIDENCIA CIENTÍFICA, NO DE RUMORES

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La pandemia puso en evidencia la importancia de la ciencia para examinar la veracidad de cada noticia, entre rumores y versiones explosivas para regocijo de los titulares de los medios de comunicación. La consecuencia ha sido una escalada de contradicciones, de anuncios y desmentidas. En definitiva, el descreimiento de las audiencias expuso también una curva ascendente al igual que las estadísticas de los contagios.

Agustín Ciapponi, Director del Centro Cochrane Argentino IECS e investigador del CONICET, explica en el siguiente editorial la importancia de confiar solo en las evidencias científicas y enumera los éxitos conseguidos contra reloj por los científicos del Conicet, anónimos o menos mediáticos que los vociferantes comunicadores (periodistas o presidentes) que carecen de sustento e investigación en sus afirmaciones.

ES TIEMPO DE EVIDENCIA CIENTÍFICA, NO DE RUMORES

La pandemia de COVID-19 realza el valor de la ciencia para guiar decisiones clínicas y epidemiológicas y también expone la necesidad de que los países inviertan en investigación. 

En una carta del pasado 11 de mayo, el presidente argentino Alberto Fernández afirmó: “Es tiempo de evidencia científica, no de rumores”. Desafortunadamente, no es tan común escuchar a un mandatario de un estado pronunciar un concepto tan contundente y claro para aquel que quiera escucharlo. Más aún cuando se piensa en líderes de potencias mundiales que, haciendo caso omiso de científicos locales e internacionales, alientan temerariamente el uso de fármacos sin el menor sustento en la evidencia.

Tales afirmaciones, al menos a la fecha en que fueron emitidas, podrían tildarse como mínimo de irresponsables. Me refiero, por ejemplo, al caso de la cloroquina para la cual no había estudios comparativos que la evaluaran. Incluso para la hidroxicloroquina (una de sus variantes), que ha sido estudiada por tres ensayos clínicos aleatorizados, la calidad de la evidencia se considerada baja o muy baja (ver Informe de respuesta rápida IECS Cloroquina e hidroxicloroquina en infección por COVID-19), de beneficios modestos y riesgos para nada despreciables. Hace unos días, un gran estudio observacional publicado en “The Lancet” mostró que la cloroquina o la hidroxicloroquina se asocian (independientemente de otros factores) a un 30 a 50% más de muertes que en el grupo que no la recibió. Por esta razón, la Organización Mundial de la Salud (OMS) resolvió suspender por precaución los ensayos clínicos que evaluaban hidroxicloroquina. Y la Organización Panamericana de la Salud (OPS) alertó sobre el riesgo (finalmente concretado) de mermar la disponibilidad de estos fármacos para los pacientes con enfermedades reumatológicas o malaria, que sí las necesitan.

Del mismo, modo, llamaron la atención algunos titulares de diarios locales del 10 de mayo, que mencionaron al remdesevir como una “esperanza” o “gran esperanza” en la lucha conta la COVID-19, algunos citando o reproduciendo el titular original del periódico The New York Times (1/5/2020), por poner algunos ejemplos.

Aunque el asesor de salud de la Casa Blanca, Anthony Fauci, había anticipado el 29 de abril “muy buenas noticias” con la droga, ese mismo día se difundió el único ensayo clínico aleatorizado de Wang y col. que evaluó el remdesevir y no pudo encontrar diferencias estadísticamente significativas en la mortalidad a los 28 días (14% versus 13%), ni en el tiempo a la mejoría clínica, ni en los días de asistencia ventilatoria mecánica. Más aún, un mayor número de pacientes en el grupo tratado debió suspender el tratamiento, en algunos casos por insuficiencia respiratoria o síndrome de dificultad respiratoria aguda (ver Informe de respuesta rápida IECS Remdesivir en pacientes con COVID-19). En este caso, otro ensayo de Beigel y col., publicado recientemente en “The New England Journal of Medicine” mostró mejoría en el tiempo de recuperación, pero sin alcanzar un efecto estadísticamente significativo en cuanto a la mortalidad. Recién ahora, esta nueva evidencia lo torna promisorio al remdesivir.

En ambos casos, la lección es clara: lo que parece una verdad de hierro hoy, puede dejar de serlo mañana. Y es aquí donde debemos aferrarnos más que nunca a la evidencia.

Por otro lado, quienes parecen haber tomado el guante, con creces, son los científicos del CONICET de Argentina, que en un tiempo récord alcanzaron avances tecnológicos sustanciales en la lucha contra el nuevo coronavirus.

El 8 de mayo el equipo liderado por la viróloga Andrea Gamarnik, anunció el primer test serológico que detecta si una persona tiene anticuerpos contra el SARS-CoV-2 («CovidAr IgG») y que podrá aplicarse en estudios epidemiológicos de circulación viral en la población.

Con esta prueba hecha en el país, que reemplazará a los test importados, Argentina se suma a la corta lista de siete países que ya la tenían (China, Francia, Alemania, Hong Kong, Japón, Reino Unido y Estados Unidos).

Se estima que esta prueba de bajo costo de producción y un precio 10 veces menor que sus competidores, permitirá realizar 10 mil pruebas semanales y escalarlo a medio millón en tan solo un mes.

Tan solo ocho días después, tuvimos otra acabada muestra de la capacidad de la ciencia argentina. Se trata del “Neokit-Covid-19”, el primer test molecular argentino para identificar SARS-CoV-2, el microrganismo que causa la COVID-19.

Permite un diagnóstico más rápido y barato que la PCR actualmente utilizada para el diagnóstico de la enfermedad. Entrega los resultados aproximadamente en una hora y hasta la fecha obtuvo el 100% de efectividad en la determinación de positivos y negativos respecto de muestras facilitadas por el Instituto Malbrán para validar la tecnología.

El biólogo del CONICET Adrián Vojnov, responsable del proyecto estima que en los próximos 10 días se producirán 10.000 tests y en corto plazo se podrían elaborar 100.000 por semana. Este avance podría permitir testeos masivos, y aplicar tempranamente medidas de aislamiento a los pacientes con resultados positivos, para interrumpir la circulación viral aun en pacientes poco sintomáticos o incluso asintomáticos. Utiliza la técnica de amplificación molecular isotérmica y la característica más importante es su simplicidad operativa, reduciendo la necesidad de equipamiento con respecto a la PCR.

Estos desarrollos surgen, entre otras cosas, gracias al apoyo del Gobierno a través de la Unidad Covid-19, conformada desde mediados de marzo por el Ministerio de Ciencia y Tecnología, el Conicet y la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación (Agencia I+D+i). En el mismo sentido, cabe destacar la convocatoria organizada por la Agencia I+D+i para financiar investigaciones sobre Covid-19.  Un panel de 26 académicos seleccionó 64, entre 900 propuestas de todo el país, y los equipos de investigación que las lideran recibirán la suma de 100 mil dólares.

De hecho, un equipo del Departamento de Evaluación de Tecnologías Sanitarias y Economía de la Salud del IECS participará en uno de los proyectos seleccionados (IP COVID 19 – 311 – “Proyección de tendencias y evaluación de escenarios de intervención para la epidemia COVID-19 en Argentina mediante modelado y simulación computacional: Una plataforma para informar la toma de decisiones en políticas públicas).

Quizás haya quien se pregunte si un estado debiera invertir en ciencia cuando está atravesando una de las crisis socioeconómicas más serias. Sin embargo, los mencionados logros de la ciencia argentina contestan sin dudas los beneficios de hacerlo. No sólo se genera conocimiento, sino que también construye capacidades para desarrollos futuros, y como afirmó Gamarnik, es una forma de independencia, de soberanía.